Delibes decía que caminar temprano por la mañana en el campo era como estrenar de nuevo la Creación. Una frase perfecta para quien pudo ser premio Nobel de haber nacido en una país surafricano o caribeño, minúsculo y exótico. Miguel Delibes, sin embargo, era español. Tal vez a la generación siguiente, por el camino que vamos, ya seamos caribeños y a alguno de por aquí le vuelvan a dar el Nobel.
Delibes sostenía un periódico, El Norte de Burgos, sobre su hombro de cazador de palabras y liebres. No era un cantamañanas de la intelectualidad vanamente pomposa y elevadiza, como los que sobrepueblan el panorama actual de lo que se llama narrativa. Delibes era el antiwilly toledo del mundo de la farándula, no estaba interesado en los premios ni en la política de vuelo corto, o largo. Sólo en la caza menor, en las perdices de las palabras que huyen por el trasmonte blanqueado del folio, en las comadrejas que rastrean los surcos sintácticos, en el vocabulario polisilábico de la avutarda o el faisán.
Delibes era un padre de familia que escribió sesenta libros y tuvo diez hijos, poco más o menos. Una vida productiva y procreadora, como tiene que ser. Delibes era el cumplimento del deber en literatura y vida. Sobre el placer, ya no lo sé. Como escritor a mí me gustaba regular. Sólo le he leído tres libros: El camino: que fue lectura obligatoria en el instituto y por eso no podía llegar a gustarme; El Hereje: que me pareció una novela perfectamente construida para un centro comercial; y Los Santos Inocentes: ésta sí me gustó de verdad. Tengo pendiente la lectura de Cinco horas con Mario. Y tengo que darle otra oportunidad a El Camino, para que el escritor me sea resucitado como creo que merece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario