Las calles de las ciudades modernas son una selva o un caos: alta densidad de tráfico, mal estado de la calzada y las aceras, residuos caninos, obras, zanjas, delincuencia, botellones, parques llenos de graffitis. Para algunos de estos problemas se han iniciado soluciones parciales de mercado, como la ORA: Se introduce un precio por disponer de un bien escaso como es el estacionamiento. Pero al ser un monopolio en manos del ayuntamiento, la discrecionalidad de los alcaldes puede convertir el servicio en un abuso, al no existir competencia posible. Para el resto de los problemas se ha ensayado parcialmente la privatización de las calles: las calles de los centros comerciales o de las urbanizaciones son de propiedad privada; y carecen de muchos de los problemas arriba mencionados. Pero aún no se ha ensayado la privatización masiva de las calles.
En una sociedad primitiva, con baja densidad de población y en la que no existía escasez de recursos, el establecimiento de los derechos de propiedad no era una necesidad urgente. A medida que escaseaban los recursos, o aumentaba la población, había que delimitar zonas de caza, etc. Es decir, para que el caos no se apoderase había que establecer y respetar los derechos de propiedad. De esta forma, si consideramos las modernas ciudades como auténticas y caóticas selvas de ladrillo, podemos ver que una gran parte de sus problemas se deben a que no están privatizados todos sus rincones. Hay algunos, como las calles, que son de propiedad pública. Y ésta es la principal fuente del caos.
Pero, ¿cuál sería el principal incentivo que tendrían los ayuntamientos, actuales propietarios de las calles, para deshacerse de ellas? Las necesidades de financiación, por ejemplo. Los ayuntamientos podrían solucionar, pues, sus problemas de deuda privatizando sus principales activos, las calles, que actualmente son bienes muertos, incapaces de rendir renta y que están siendo apropiados, de facto, por las siguientes dos clases de gorrones, fundamentalmente nocturnos: los alborotadores del botellón y los conductores en busca de una plaza de aparcamiento gratuita. De los segundos podría obtenerse la renta principal que lograra que las calles fueran un bien económico susceptible de rendir sus frutos, vendiendo o alquilando los derechos de estacionamiento. A los alborotadores nocturnos, cuando molestaran, directamente se les expulsaba de una propiedad privada.
Privatizando las calles mejoramos la tranquilidad y seguridad, eliminamos la deuda de los municipios y convertimos a los vecinos, o inversionistas, en propietarios de la prolongación exterior de su vivienda, por decirlo así.
A bote pronto, podemos decir que la gestión de unas calles privadas tiene los siguientes costes: alumbrado (electricidad al por mayor), alcantarillado (fontanería al por mayor), limpieza y mantenimiento del orden. Este último aspecto podría desarrollarse subcontratando los servicios de una empresa privada. Como ya ocurre en algunos barrios de Londres, guardias privados se encargarían de patrullar por la noche varias calles que, conjuntamente, contrataran sus servicios. Serían los modernos serenos, sólo que privados, armados y vigilando por parejas. Se encargarían de disuadir a ladrones y albotadores del botellón.
Los vecinos se ahorraban los impuestos municipales (IBI) y las tasas de basuras. Todos los servicios serían proveídos privadamente por los propietarios de las calles, quienes obtendrían sus ingresos del alquiler y venta de los derechos de estacionamiento, así como de los locales comerciales (cobro de los servicios de limpieza de las aceras, cesión de una parte de la calle, tal vez peatonal, para la expansión del negocio puertas afuera, etcétera).
Calles privadas no significaría calles inaccesibles o valladas, en la mayoría de los casos, puesto que una calle inaccesible significa un menor tránsito de personas y esto, a su vez, supone una menor fuente de ingresos potenciales para los propietarios de los establecimientos comerciales (clientes, a su vez, de los propietarios de las calles). Asimismo, el vallado tiene un coste. En este punto podría establecerse una similitud con los terrenos agrícolas. Uno camina por el monte sin encontrarse continuamente cercados, por el coste que estos tienen y por lo incecesario que en muchos casos son. Pero la libertad de movimientos, en campos ausentes de cercados, no significa la libertad para establecerse indefinidamente en una propiedad privada, molestar al dueño, causarle destrozos o llenarle el terreno de basuras. Pues lo mismo con las calles.
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