viernes, 1 de mayo de 2015


Pericles y tantos otros

Tucídides está hablando en sede parlamentaria. Tucídides habla y acusa. Qué se hizo del tesoro de Delos, se pregunta en voz alta. Quién ha tomado dicho tesoro y para qué. Tucídides se pregunta en voz alta lo que todo el mundo sabe y todo el mundo calla.
Ante las guerras recientes e inminentes (pasadas y futuras) contra los persas, las polis griegas han formado una gran coalición militar: la Liga de Delos. En la isla del dios Apolo se ha sellado el pacto de socorro mutuo. La Atenas de Pericles, con el correr del tiempo, ha impuesto sus condiciones: todas las polis serán tributarias de la Liga; lo quieran, o lo vayan queriendo menos. Quien no contribuya, verá su isla o ciudad arrasada. Parece que ya se ha dado algún caso. En la isla de Delos se guarda el tesoro conjunto que sufraga todos los gastos militares.
La Liga quiere desarrollar un poco de estrategia nueva; y estima ahora que nuevos jugadores se impliquen en el tablero táctico del Mediterráneo oriental. Ahí esta Egipto con su flota, por ejemplo, que al igual que las polis griegas viene siendo amenazado por los persas. La Liga griega insta a la rebelión de Egipto. Así se hace... Pero Egipto es una debacle contra los persas y queda derrotado.
La devastación de la última batalla no queda lejos de la isla de Delos, piensa Pericles. Así que decide resguardar el tesoro..., es decir, quedárselo para sí mismo. Lo está denunciando Tucídides. Que Pericles ha utilizado ese tesoro para embellecer Atenas. Las otras polis quedan al pairo del mar Egeo... En Atenas, sin embargo, Pericles ha construido edificios públicos y da gratis las entradas al teatro. Está concediendo ciudadanías. Pericles está construyendo una democracia. Una democracia sustentada por un tesoro ajeno, pues de otra forma no hay quien sostenga todo ese gasto. Tucídides denuncia la corrupción del padre o el abuelo de la democracia universal. Pero Tucídides no sabe aún que Pericles ya ha comprado las voluntades suficientes que le condenarán a la pena del ostracismo. Tucídides ya ha dicho bastante.

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