El asesino de Belfast

Dicen en El Mundo que el etarra De Juana, norirlandés vocacional, vive de la pensión que le pasa el Sinn Fein y de las rentas del taxi que maneja su esposa, Irati, que supongo será la chica de las gafas que en la anterior legislatura acudía a la cárcel a enjabonarle el espiritu. Ahora, en Irlanda, De Juana es un taxista frustrado al que no le dejan ejercer de lo suyo, que por lo visto es el taxi. El conductor de la realidad vasca, ya en el exilio, aprende del ejemplo de Irlanda del Norte; toma nota sobre los procesos de paz trasladables a la realidad española, que de tan real y autonomista se ha vuelto una vieja loca camino de la perdición. Pues ahí anda De Juana, con sus estudios y ensayos de conductor en el exilio, a ver qué tajada se le saca a la cada vez más escasa herencia de la vieja ebria llamada España. Se ve que matar a veinticinco le parecen pocos y sigue perseverando desde la distancia. Tal vez eche de menos el calorcillo de la pistola, pero con el tiempo se ha acomodado al papel de exiliado político que se autoimpone, como quien se coloca una medalla a sí mismo. Además, le llueven los runrunes --lo que se habla de él-- y las pensiones.

El asesino múltiple sonríe desde Belfast:
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--Irati, suelta el volante y ven a la habitación...

--Tengo que hacer horas extra...
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--¡Todo sea por la causa!