El rey de bastos

El Jefe del Estado lleva un lustro tumbado sobre un campo de amapolas, asistiendo indiferente a la disolución del Estado. Olvidadizo, tumbado sobre la cubierta del yate, contempla el paisaje disoluto de España, demasiado ocupado en la caza de osos etílicos y de conejos lúbricos. Ahora, sin embargo, el Jefe del Estado no puede asistir impasible a la disolución de un gobierno amiguete. Como un flash-back le viene el recuerdo de su tarea. El apuntador de Ferraz le está soplando su papel moderador al completo. Y el rey se aplica. Deja la escopeta y la bragueta, y se calza el uniforme de capitán general constitucional. Hace falta un gobierno de unidad de los dos partidos/as. Un cierre de filas de la partitocracia, sin dejar pasar la luz ni dar la voz al pueblo consentido y consentidor. El pueblo que paga la sede de Ferraz, de la Moncloa, de la Zarzuela, que paga el alcohol del oso y el cartucho de la escopeta, el lubrificante del conejo, el cierre de la bragueta, el uniforme, el yate, la cámara con flash, y hasta las amapolas.

--Cuando salga, apague la luz, por favor.

--¿Algo más?

--Sí, un poco de hielo... Que la negra que me abanica se está quedando sin fuerzas y me acaloro.