jueves, 29 de abril de 2010


Leve defensa de la corrupción



Es el título del último artículo que publico en el Semanario Atlántico:

Hacer negocios en el moderno estado se ha convertido en un infructuoso avance a través de una selva intraducible. Las regulaciones y los impuestos impiden el avance del emprendedor, quien tiene que dedicar cada vez más tiempo y dinero a entender la floreciente hiperlegislación, a superarla, a tramitar permisos y licencias, a rendir cuentas y pagar impuestos a quien le impide su avance. Derechos de paso, se llamaban en la edad media. Pues lo mismo. Cada vez es más difícil, pues, resistir a la tentación de tomar el atajo fácil de las corrupciones menores… Por otra parte, tenemos al concejal del ayuntamiento, quien también es un ser humano, con sus humanísimas necesidades monetarias. La vida moderna tiene muchas tentaciones de confort, y el confort hay que pagarlo, y es caro. El concejal se mira y encuentra en sus manos un arma de difícil control, el lápiz luminoso y genial que traza las líneas indicadoras donde se podrá o no se podrá construir en su municipio. Es inevitable el encuentro entre el concejal y el emprendedor. Ambos tienen importantes incentivos para colaborar y llevarse bien. Un acuerdo extralegal entre ambos les beneficia mutuamente. Ya tenemos una fuente primera de corrupción. Con el tiempo, tal vez, su acuerdo deba extenderse, y el árbol de la corrupción se ramifique hasta la delegación regional que deba, a su vez, supervisar el plan urbanístico. Esto aumenta el precio del atajo que está tomando el emprendedor, lógicamente, pero aún le sale a cuenta. Merece la pena perseverar en el camino de la corrupción.

De modo que si consideramos dos vías para prosperar en el mundo de los negocios, por un lado, la que se deriva de atender las necesidades del mercado, detectando demandas y ordenando la producción de esos mercados, maduros o nacientes, y, por otro lado, el hacer negocios bajo el sombrajo del poder, comprando pequeños concejales o demandando gran legislación especial a los diputados en Cortes, vemos que los incentivos de nuevo apuntan a que la segunda vía de prosperar, el hacerse la siesta al sombrajo del poder, es toda una tentación. En muchos casos inevitable. Todos los caminos conducen hasta el político o el burócrata que facilitará las cosas. Y una vez contactado el menda, a vivir y sestear, que son dos días. Qué difícil era antes la vida del emprendedor, indagar sobre los gustos de los consumidores, como si de un detective se tratara. Y luego bregar para conseguir ordenar la producción de modo eficiente, barato, y después buscarse distribuidores, para finalmente pagar una parte cada vez mayor de lo ganado, o sea, los impuestos al final del camino. Uf, no merece la pena atender de esa manera el nicho de mercado que habíamos conseguido detectar. ¡Un esfuerzo mortal, ese nicho! Hay que cuidarse. Son dos días. Mañana tenemos un cóctel con el ministro de Obras Públicas. Ya tenemos en danza a la corrupción mayor.

Pero no hay problema con la corrupción… El Estado de Derecho lo tiene todo previsto. Para eso está el sistema judicial. Los frenos y contrapesos que supone la presencia impoluta de los severos señores de la toga negra… Ocurre, sin embargo, que los jueces también son humanos, como el concejal o el burócrata o el ministro. También les gusta el confort. O, aunque no les guste, si quieren prosperar en su carrera tienen que entrar en el gran juego. Su destino en un más alto tribunal dependerá de que se fije en él un político de peso. Luego ya tenemos a los señores de negro con la toga pringada, llenos de lamparones. Los frenos y contrapesos sólo han supuesto una ramificación más en el creciente árbol de la corrupción, un nuevo brote, un capullo o un pimpollo nuevo, o las dos cosas, el estado se llena de capullos y pimpollos dispuestos a retoñar. De esta primavera judicial nace otra fuente de corrupción.

Así que sólo se me ocurren tres soluciones: la optimista, la voluntariosa y la inteligente. La primera es la que da pie al título, considerar a la corrupción como un mal menor e inevitable. Tal y como están dispuestas las cosas, si no existiera la corrupción, el sistema económico se paralizaría completamente. No pueden cumplirse todas las leyes, normas y reglamentos, no tienen sentido económico. Luego la corrupción, aparte de inevitable, es saludable, peor sería que no existiera y hubiera que sucumbir a la maraña legislativa e impositiva. En segundo lugar está la solución voluntariosa, considerar que la desaparición de la corrupción es cuestión individual: hay que cambiar el alma humana para que cambie su comportamiento. Pero ir cambiando a los individuos uno a uno lleva mucho tiempo, y además, no funciona, siempre está el inevitable garbanzo negro…. Ésta, en todo caso, es una solución a largo plazo, que sólo entrará en vigor con la segunda venida de Cristo, aproximadamente… Y luego está la solución inteligente, la que atiende al fondo del problema: el desmantelamiento progresivo de la legislación superflua (prácticamente toda), la abolición de los impuestos, el echar abajo los incentivos que hicieron que tantos tomaran el camino equivocado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...
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Javier dijo...
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Persio dijo...
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