martes, 8 de febrero de 2011


A Christmas Carol: En defensa de Mr Scrouge


















En 1843, Dickens escribió Un cuento de Navidad, un clásico de la literatura realista y bien intencionada. Uno de los libros del escritor británico en los que más a las claras se traslucen sus críticas al capitalismo. Las novelas de Dickens, al margen de sus valores literarios, presentan siempre las supuestas oscuridades de la industrialización en la Inglaterra del s.XIX. Londres era un oscuro pozo de hollín donde se agolpaban las gentes llegadas a la ciudad para ser explotadas durante jornadas inacabables a cambio de salarios misérrimos. Se supone que eran llevadas a la fuerza a la ciudad..., pues no se entiende de otra manera que abandonaran esa arcadia feliz que era la campiña británica. Dickens parece desconocer la dureza de la labor en el campo: los trabajos de sol a sol (cuando hace sol en Inglaterra, que es nunca), la incertidumbre del producto final (sujeto a heladas inesperadas), la volatilidad de los precios y, por tanto, de las rentas agrarias... Todo ello pese a la revolución agrícola que precedió y posibilitó la revolución industrial. Los británicos emigraron a las ciudades porque los empleos eran más abundantes que en un campo progresivamente tecnificado. Hubo que ajustarse a la vida en la ciudad. Y las regulaciones públicas parece que no fueron pocas. Herbert Spencer, en El individuo contra el Estado, escribe sobre una norma municipal que limitaba el número de ventanas por fachada. De modo que las viviendas, pobladas de prole abundante, debían de crecer hacia dentro, lejos de los escasos puntos de luz... Ahí tenemos uno de los principales responsables del oscuro universo urbano...

Uno de los personajes que pululan en los melodramas de Dickens es el avaro Ebenezer Scrooge, protagonista de Un cuento de Navidad. El nombre de pila del malvado protagonista es hebreo, claro, no podía ser de otra manera... El socio de Scrooge, ya fallecido, era igualmente de origen hebreo: Jacob se llamaba. Ambos se presentan como dos avaros judaicos que conceden préstamos de usura a familias desvalidas. Mr. Scrooge se decica a labores bancarias y cambistas sin piedad; exige una prima de riesgo mayor a quien tiene mayor probabilidad de insolvencia, menudo pecado de buena práctica bancaria...

Ahora imaginemos un mundo sin Mr. Scrooge, donde se concedieran préstamos alegremente, a intereses ridículamente bajos y con la única garantía de un bien (la vivienda) que se supone que nunca bajará de precio. Un mundo de burbuja e ilusión. Un mundo en el que la costumbre del ahorro (podéis caricaturizarlo como avaricia) se hubiera extinguido. Un mundo en el que todos gastaran alegremente su dinero, nadie ahorrase, en el que los bancos, ante la falta de ahorro nacional, tuvieran que ir a pedirlo fuera (a China, por ejemplo). Y el tipo de cambio respecto a la moneda extranjera estuviera sujeto a variaciones, incertidumbres... Parecen mimbres poco sólidos para un sistema bancario...

Pero ese mundo es en parte el actual.

Podéis decir:

--Bien, unas ciertas cualidades Mr. Scrooge resultan interesantes, incluso imprescindibles para el buen funcionamiento económico, pero si al menos fuera más simpático...

Resulta que Dickens presenta a su personaje, al summun capitalista, como un ser hosco y antipático. Y ésta es otra falsedad dickensiana, una cosa improbable. Pues aunque uno pueda tener éxito en los negocios siendo antipático, ciertamente, de esta forma tendrá menos clientes y menos éxito. Podemos decir que el capitalismo empuja a la simpatía, lo contrario de lo que Dickens pretende hacernos creer.

Al final del libro Scrooge se convierte al espíritu de la Navidad: por fin sonríe, gasta alegremente, aumenta el sueldo del oficinista que tiene como empleado, tal vez por encima de su productividad, nos tememos. Mr Scrooge está marcando la senda burbujeante del próximo crack financiero.

1 comentario:

Andrés Álvarez F. dijo...

Dickens, como buen literato, sabía dramatizar y jugar con las emociones.

Excelente post.