Extractos:
En los primeros días de la guerra, un grupo de marineros nuestros fue arrastrado por el mar hasta la costa sueca. Pasaron la guerra como hombres libres en Suecia, en medio de una abundancia y un confort que nunca habían conocido ni conocerían después. La Unión Soviética retrocedía, avanzaba, atacaba, moría y pasaba hambre, mientras esos canallas llevaban una vida regalada en los muelles neutrales. Finalizada la guerra, Suecia los devolvió. Sin duda, se trataba de traición a la patria, pero la condena no acababa de cuadrar. Los mandaron a casa y luego les endilgaron propaganda antisoviética, por sus cautivadores relatos sobre la libertad y la abundancia en la Suecia capitalista (el grupo de Kadenko).
A este grupo le ocurrió después un caso. En el campo de reclusión ya habían dejado de hablar de Suecia, porque temían que les impusieran por ello una segunda condena. Pero en Suecia, no se sabe cómo, tuvieron noticia de su suerte y se publicaron artículos calumniosos en la prensa. Para entonces los muchachos ya estaban desperdigados por diversos campos, cercanos y lejanos, y de pronto una orden especial los reúne a todos en la prisión Kresty de Leningrado, donde estuvieron cebándolos durante dos meses y dejaron que les creciera el pelo. Más tarde los vistieron con sobria elegancia y ensayaron con ellos lo que debía decir cada uno, advirtiéndoles de que al canalla que se le ocurriera desafinar le darían «nueve gramos» en la nuca. De esta guisa los llevaron a una conferencia de prensa, ante periodistas extranjeros invitados y ante los que conocían bien a todo el grupo de cuando estaba en Suecia. Los antiguos internados se comportaron con desenvoltura, contaron dónde vivían, dónde estudiaban o trabajaban. Indignados por las patrañas burguesas que habían leído recientemente en la prensa occidental (como si en la URSS se vendiera en todos los kioskos), se habían puesto en contacto por carta para reunirse en Leningrado (como si los gastos del viaje no fueran un obstáculo para nadie). Su aspecto fresco y reluciente era la mejor refutación de los infundios de la prensa. Los periodistas, avergonzados, se fueron a redactar sus excusas: una mentalidad occidental era incapaz de explicarse de otra manera los hechos. Y a los causantes de la entrevista los llevaron de inmediato al baño, los raparon, los vistieron con sus harapos de antes y los distribuyeron por los mismos campos de reclusión. Por haber representado dignamente su papel todo lo que consiguieron fue que no les cayera otra condena.
Por otro lado:
Los niños españoles, que fueron evacuados durante la guerra civil española y ya eran adultos después de la segunda guerra mundial. Educados en nuestros internados, todos se aclimataron muy mal a nuestra forma de vida. Muchos se obstinaban en volver a casa. Les imponían también el 7-35, el de los socialmente peligrosos, y, a los más tenaces, el 58-6, espionaje para... Estados Unidos.
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