Con el Corán en la mano, Saddam Hussein recibe su sentencia. El arma de destrucción masiva fue derribada y encontrada por los americanos en un agujero. Ahora ha sido juzgado por el pueblo iraquí, al que lanzó a la guerra contra Irán y Kuwait y al que sometió brutalmente durante dos décadas. Ahora el pueblo iraquí tiene la libertad de la que antes carecía, elige democráticamente a su gobierno, y habrá de ir haciéndose cargo poco a poco de su propia seguridad, para evitar el triunfo del nuevo totalitarismo islamista. Casi cuatro años después de la liberación de Iraq, y tras 21 billones de dólares gastados (tres billones de pesetas, aproximadamente), Estados Unidos puede replantearse su estrategia. La retirada de las áreas urbanas y el establecimiento de bases militares en el desierto sería una opción.
El Corán es la herencia que Saddam deja a su país. Su propuesta de futuro. Un nuevo camino de servidumbre. ¿Será este período democrático un paréntesis entre dos totalitarismos? ¿Es el Islam compatible con la democracia?
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