martes, 25 de mayo de 2010


Korean blues




En Yalta (o puede que fuera en Postdam) encontramos a un Churchill postbélico y anciano, como si le hubiera pasado una guerra por encima, a un Harry Truman atómico, recién llegado de Hiroshima, con las pestañas quemadas y el porte momentáneamente marcial, y a un Stalin vestido de blanco y de inocencia. (El bigote escondía sus colmillos de acero del Cáucaso). Los tres, en sillones de mimbre, sentados al sol de la posguerra.




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En Corea del Norte, la posguerra significó que los fieles se empezaron a arrodillar ante el comunismo estatuario.
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Y cuatro décadas después, en la era del color, la sombra de unos niños branquiales asomaban a la ventana del paraíso comunista, ese imperio abisal, en busca de una cierta luz.
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Pero en el imperio de Kim sólo se desarrollaban los submarinos.

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