lunes, 12 de octubre de 2015


Literatura celíaca


Tomar como fuentes históricas las obras de arte puede conducir a considerables errores de juicio. No es un gran método científico asimilar las ficciones como realidades. Las ficciones, por muy vestidas de arte realista que se presenten, siguen siendo ficciones. El realismo no es la realidad. Puede ser una realidad mejor o peor camuflada o vestida. Una realidad aproximadamente verosímil, en el mejor de los casos, pero no es ese espejo que colocaba Stendhal sobre la realidad. (La realidad no se mira en los espejos.) 
Como razones para este descreimiento del arte realista se me ocurren dos. Primero está que el autor soberano coloca el espejo donde quiere. Y ese sesgo del observador, ese iluminar una fracción de la realidad, esa perspectiva propia y autosuficiente del creador no le cataloga como científico. La segunda salvedad se encuentra en las dudas razonables que pueda presentar el testimonialismo. Un mismo hecho ha de aparecer confirmado por varios testigos, no por la pluma de un sólo autor, cuya sola letra es la única prueba presentada en papel. Así que testigos ha de haber varios; y a ser posible que no obtengan beneficio o ganancia alguna de su declaración. Hubo cuatro evangelistas, no nos conformemos con un sólo Galdós. 
Si un autor tomó la pluma para construir mundos, ¿por qué lo tomamos como testigo fiel y fiable de lo sucedido en una época?

Al margen, en todo caso de las pretensiones historicistas de la literatura, al margen de que historiadores postreros o póstumos tomen una literatura determinada como fuente histórica, está el hecho de que muchas obras de arte se filtran en el juicio colectivo como representativas de una época. La España de posguerra era el tremendismo de Cela. Ampliando la perspectiva veríamos que lo tremendo quizás también estaba en el bloqueo comercial impuesto a España. (De buenos bloqueos están las tumbas llenas.) Si Cela en España; Hollywood en el resto del mundo. La guerra mundial es lo que se ha contado en dos docenas de largometrajes. Nada más. Quizás, de nuevo, ampliando la perspectiva más allá de la dada por los vencedores, nos encontraríamos con un tamaño mayor y una categoría diferente de la realidad. Otro caso. Troya es Homero y nada más; sin importar las razones comerciales de la guerra --Troya era el canal de Panamá de la antigüedad que unía el mar Negro y Mediterráneo--, sin importar que Homero mezclase armas y metales de épocas distintas o inventase neologismos que nadie, salvo él, en su grandeza, decía. 

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