Tomar
como fuentes históricas las obras de arte puede conducir a considerables
errores de juicio. No es un gran método científico asimilar las ficciones como
realidades. Las ficciones, por muy vestidas de arte realista que se presenten,
siguen siendo ficciones. El realismo no es la realidad. Puede ser una realidad
mejor o peor camuflada o vestida. Una realidad aproximadamente verosímil, en el
mejor de los casos, pero no es ese espejo que colocaba Stendhal sobre la
realidad. (La realidad no se mira en los espejos.)
Como razones para este descreimiento del arte realista se me
ocurren dos. Primero está que el autor soberano coloca el espejo donde quiere.
Y ese sesgo del observador, ese iluminar una fracción de la realidad, esa
perspectiva propia y autosuficiente del creador no le cataloga como científico.
La segunda salvedad se encuentra en las dudas razonables que pueda presentar el
testimonialismo. Un mismo hecho ha de aparecer confirmado por varios testigos,
no por la pluma de un sólo autor, cuya sola letra es la única prueba presentada
en papel. Así que testigos ha de haber varios; y a ser posible que no obtengan
beneficio o ganancia alguna de su declaración. Hubo cuatro evangelistas, no nos
conformemos con un sólo Galdós.
Si un autor tomó la pluma para construir mundos, ¿por qué lo
tomamos como testigo fiel y fiable de lo sucedido en una época?
Al margen, en todo caso de las pretensiones historicistas de la
literatura, al margen de que historiadores postreros o póstumos tomen una
literatura determinada como fuente histórica, está el hecho de que muchas obras
de arte se filtran en el juicio colectivo como representativas de una época. La
España de posguerra era el tremendismo de Cela. Ampliando la perspectiva
veríamos que lo tremendo quizás también estaba en el bloqueo comercial impuesto
a España. (De buenos bloqueos están las tumbas llenas.) Si Cela en España;
Hollywood en el resto del mundo. La guerra mundial es lo que se ha contado en
dos docenas de largometrajes. Nada más. Quizás, de nuevo, ampliando la
perspectiva más allá de la dada por los vencedores, nos encontraríamos con un
tamaño mayor y una categoría diferente de la realidad. Otro caso. Troya es
Homero y nada más; sin importar las razones comerciales de la guerra --Troya
era el canal de Panamá de la antigüedad que unía el mar Negro y Mediterráneo--,
sin importar que Homero mezclase armas y metales de épocas distintas o
inventase neologismos que nadie, salvo él, en su grandeza, decía.
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